Pablo Canelones
La Navidad, en
términos eclesiásticos es la fiesta religiosa creada en el siglo V para
conmemorar el nacimiento de Jesucristo. En términos mundanos es una fiesta
arraigada en un conjunto de tradiciones ancestrales como: la adoración del
fuego y el sol, que en Roma se retomó como el “Sol invicto” y las Saturnales, que
eran fiestas paganas que celebraban los romanos en honor a Saturno. Del 17 al
23 de diciembre, durante el solsticio de invierno, los campesinos y esclavos
romanos visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban
grandes banquetes. Durante las fiestas, los esclavos y sirvientes estaban eximidos
de sus labores y podían vestir con prendas parecidas a las de sus señores. Algunos
de los símbolos relacionados con esta festividad son: vínculo, prosperidad,
abundancia, pertenencia, vida, inicio y fin de ciclos vitales y astronómicos.
La Navidad es
una manifestación cultural compleja, que se ha celebrado durante siglos en todo
el mundo, con aportes materiales y simbólicos de cada país. Se han agregado comportamientos
tradicionales e ideas de contenidos sagrados y desacralizados, acompañados de
un componente emocional importante. La reminiscencia inconsciente más primitiva
ligada a esta fiesta es la pertenencia al grupo humano que se reunía alrededor
de la hoguera. En ese lugar se conservaba el fuego, como representación del
sol, que servía para rituales mágicos y para transformar los alimentos de toda
la comunidad. De esa experiencia de cálida proximidad derivó la idea del hogar,
es decir, del grupo humano vinculado afectivamente que comparte bienes, usos y
costumbres. También de allí la importancia de los platos tradicionales en la
mesa navideña, porque son expresión de identidad, pertenencia y afecto.
Aunque la
manifestación afectiva predominante es el disfrute, también se expresan emociones
displacenteras. Una de ellas es la nostalgia, esa tristeza dolorosa, profunda,
intensa pero sosegada, que emerge de nuestro mundo interior, asociada a
múltiples motivos, entre ellos al desgarro de la relación cotidiana por la
separación inevitable y absoluta de la muerte. Por la pérdida del contacto
directo con familiares y amigos. Por la pérdida del disfrute de los espacios
conocidos y etapas gratificantes pasadas o por estar lejos de la casa materna o
de la patria, que es la casa grande. Es la tristeza con dolor agudo, expansivo,
que altera la respiración y llega a la garganta con una agitación que se
expresa en un llanto sublime, relajante, reparador. Expresión que se cierra con
un suspiro de renovación, de calma y aceptación, con una nueva esperanza.
La Navidad, como
celebración del fuego, del Sol Invicto, de Saturno y del nacimiento de
Jesucristo es la fiesta de la vida, el amor y la esperanza. Es la exaltación de
los valores compartidos, que transforman la cocina o cualquier espacio en una
iglesia, cuando hay tres personas reunidas que actúan en nombre de los valores humanos
trascendentes. Es el momento del encuentro nutritivo de disfrutar de la
exquisita diversidad de sabores del intercambio afectivo. Es la oportunidad de
sentir la presencia a los ausentes que siempre habitarán dentro de nosotros. Es
el momento de celebrar la vida que tenemos ahora y que se manifiesta en:
nuestra respiración que nos inspira, en el movimiento que nos acerca y la
sensibilidad que nos estimula. El amor nos da la esperanza de cambiar hasta la
propia mortalidad, porque trascenderemos en el recuerdo de quienes nos aman y seguiremos
celebrando junto a ellos una nueva forma de estar en Navidad.
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