La Psiconeuroinmunología

La Psiconeuroinmunologia es una nueva disciplina científica, que se forma a partir de los años 80, apoyada en los descubrimientos de Ader y Cohen de las respuestas inmunitarias condicionadas y que postula la interacción bidireccional entre: el sistema nervioso centra, el sistema endocrino, el sistema inmune y la psique, para explicar la presencia de salud y enfermedad. La Psicoinmunología es el área de aplicación psicológica clínica de las evidencias experimentales obtenidas por la psiconeuroinmunologia.



LA PSICONEUROINMUNOLOGÍA EN LA MEDICINA DEL SIGLO XXI

(Trabajo presentado en el IV Congreso Científico Nacional de Medicina Natural. I Congreso Nacional de Salud Holística. Mérida 12 al 15 de Octubre de 2000)

PABLO A CANELONES BARRIOS

Psicólogo investigador del Laboratorio de Psiconeuroinmunología
Profesor de la Cátedra de Inmunología
Escuela de Medicna Dr.J.M.Vargas UCV
pablo.canelones@gmail.com

                                 ...”Para hallarme en condiciones de penetrar en los secretos de la vida, tuve que comenzar por introducirme en el estudio de la muerte; me familiaricé con la anatomía pero esto no era suficiente”...
Mary Shelley (Frankenstein 1816)
                                    

Nuestra mirada científica positivista del mundo y en particular de la medicina, y en un amplio porcentaje de los psicólogos clínicos y otros profesionales de ayuda parten de la creencia que el hombre es una realidad dual mente-cuerpo fácilmente separable, con un conjunto de relaciones entre ambos pero cuyo análisis se puede hacer con prescindencia de alguno de sus espacios, se puede hacer una aproximación hacia el cuerpo, o hacia la mente o a las relaciones entre ambos, sin tener en cuenta la realidad total. Esta mirada experimentalista se conserva desde Claude Bernald, quien publicó en 1865 “ Introducción al Estudio de la Medicina Experimental” en donde enfatizó el estudio de la medicina centrado en la materia, en sus diferentes unidades de análisis, basado en la medida, la experimentación, desligándola de la realidad social, subjetiva e intersubjetiva porque estas realidades al decir de Bernald no tienen nada que ver con la ciencia. Esta mirada tiene su punto de referencia más cercano en el planteamiento de R. Descartes en su obra “De Homine” (1662) en donde define un modelo mecanicista y dual del hombre, propuesta que  es reforzada por el desarrollo de la física y la mecánica del movimiento que deslumbra por sus realizaciones concretas principalmente en el campo de la industria, y la economía, en donde se generó una revolución técnica, económica y política.
En esa misma época se construyen los autómatas; muñecos con mecanismos de relojería, cuyos movimientos le daban la apariencia de vida y raciocinio que llegaban a interpretar al piano piezas musicales completas, en este ambiente de embriaguez por los progresos de la técnica, se publica la obra “El Hombre Máquina” (1748) escrita por el Médico y Fisiólogo francés Julien Offroy de la Mettrie. La lógica argumental que acompaña este planteamiento, es que la salud es producto del óptimo funcionamiento de los mecanismos de acción  del organismo, la reparación de las piezas disfuncionales aseguran la adecuada adaptación estructura-función y en consecuencia el disfrute de la salud. El sueño de esta concepción médica es la construcción de vida a partir de su apariencia, es decir la posibilidad de construir una persona, con psique, cultura, etc, reproduciendo su cuerpo.  Actualmente cuando se especula sobre la clonación de seres humanos, se recrea la metáfora del Prometeo griego o del Frankenstein inglés, creado en 1816 en la obra de Mary Shelley que consiste en la fantasía de reproducción en serie de soma y  psique o con prescindencia de esta última.  Estas creencias dualistas, mecanicistas, se mantienen aún en nuestros días, de este modo la formación de los profesionales que se orientan al estudio del hombre como realidad física, biológica, se forman en las Facultades de Medicina del mundo y los que lo estudian como una realidad humana con prescindencia del cuerpo se forman en las Facultades de Humanidades. No obstante los desarrollos teóricos y epistemológicos de algunas áreas de intersección entre ambos como por ejemplo la Epidemiología Social, la Medicina Social, la Psicología Médica o Clínica, la Psiquiatría, no han logrado ir más allá de constituir una mirada medicalizada y reducida de la enfermedad, no de la salud y en el mejor de los casos de la persona enferma.
En consecuencia, para la visión contemporánea hablar de salud es referirse en términos operativos, concretos, a la ausencia de enfermedad, reducida estrictamente al ámbito individual, al espacio clínico hospitalario, al cuidado del cuerpo que padece, centrado en el estudio y combate de la patología, tal como ha sido considerada tradicionalmente por la medicina curativa, con un marco de referencia biomédico, reduccionista, anatomoclínico, es decir vista como ciencia natural, en consecuencia desaparece la persona en toda su complejidad, como centro de estudio del campo de la medicina, para privilegiar los órganos, los tejidos, las células, las moléculas; en ese miscroscópico espacio no tenían cabida las realizaciones cotidianas del hombre, su condición intrínsecamente social, ni su mundo interno, poblado de subjetividad, fantasía, sueños, creencias. El cuerpo visto como una realidad biológica, es comparable y transferible sus aplicaciones a los resultados obtenidos con modelos animales, asimilando de este modo la condición humana a la categoría de animal racional.
Tuvimos que esperar la incursión del modelo positivista dentro de las ciencias humanas representado por Augusto Comte y al siglo XX con la inmensa conmoción que produjeron las dos Guerras Mundiales para legitimar por medio de los métodos estadísticos, lo que había sido motivo de observación clínica y cotidiana; que la persona puede enfermar y morir a consecuencia del sufrimiento intenso y sostenido, lo que manifestó la fragilidad del modelo de atención médica por las limitaciones de orden técnico y teórico para dar respuesta a las exigencias que plantearon el número de bajas que eran debidas a enfermedades de tipo funcional, lo que apoyó el desarrollo de un movimiento que se había iniciado aproximadamente en la década de los veinte con Sheldon y Kretshmer con sus observaciones sobre la relación entre los rasgos caracterológicos y la tipología somática, y que cristalizó a finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta, con un esfuerzo que se propone entender la medicina como una categoría no asimilable solamente al cuidado de la enfermedad física con prescindencia de lo psicosocial.  Apoyada en teorizaciones filosóficas y en diferentes disciplinas del conocimiento que va generando el acercamiento a la enfermedad de una manera más comprehensiva, intentando superar el condicionamiento biológico como fatalidad, lo que implica la concepción de un hombre que actúa como una totalidad antropológica, biológica, social, histórica, psicológica, como sujeto que construye realidades materiales y fantasías  que en su conjunto condicionan su realidad y en consecuencia su enfermedad como parte de esta realidad compleja.
Antecedentes de estos desarrollos teóricos, son la visión antroposófica, con su énfasis en la espiritualidad del hombre, los postulados de la medicina antropológica, representada por Weizsacker , su fundador, quien introduce al ser humano en la medicina, Krehl quien enfatiza el papel de la personalidad del enfermo, como eje de la salud y la enfermedad, Siebeck quien introduce la biográfica en medicina y Mitscherlich quien funda la primera clínica alemana de medicina psicosomática . De la misma forma lo hicieron  Alexander y Dunbar en los Estados Unidos con el enfoque psicosomático, influenciados por las evidencias de la Guerra Mundial, los avances teóricos del psicoanálisis de Freud, y el cambio de paradigma en la física y los desarrollos  teóricos y metodológicos en las ciencias sociales, que se produjeron a partir de los años treinta.
Como fruto de estos planteamientos teóricos  quedó latente dentro de la medicina esta actitud psicosomática, que no logró materializarse como forma científica de entender al enfermo por la dificultad de expresar sus postulados en un código bioquímico, que es el lenguaje inteligible de la ciencia médica positiva. No obstante era innegable la relación fáctica entre el sufrimiento en cualquiera de sus manifestaciones y la enfermedad, sin embargo no era posible explicar el mecanismo de acción a nivel molecular, hubo que esperar al desarrollo de la biología celular, las neurociencias, la inmunología y la demostración de un enlace reproducible experimentalmente en condiciones controladas de laboratorio, para legitimar este conocimiento por medio de una nueva rama científica. 
Por los aportes de las ciencias sociales hoy sabemos que la salud y la enfermedad al igual que otras cualidades humanas se expresan diferencialmente en las personas y son facilitadas o entorpecidas por la vida del hombre en una sociedad concreta, como miembro de una determinada clase, con un tipo particular de relaciones sociales que van a condicionar en forma diferente la aparición de enfermedades cuyas causas se encuentran íntimamente ligadas a la forma de vida, de las personas como afirma el demógrafo Vera Pinto “el hombre no muere de muerte, muere de vida”. Un ejemplo ilustrativo de ello lo constituye el cáncer, que está condicionado, en gran parte, por factores psicológicos, sociales, ambientales y no solamente genéticos. Algunos estudios han reportado que los inmigrantes, adquieren los tipos de cáncer propios de las nuevas regiones en las que se instalan al cambiar sus estilos de vida y adaptarse a las condiciones ambientales y culturales de dichas regiones. Incluso la mayoría de las enfermedades cuya causa sea predominantemente química o mecánica, se encuentren mediados por el comportamiento del hombre y por esta razón, se trata de un problema cuya solución no será exclusivamente médica sino también, en gran parte social, antropológica, psicológica, política y económica. (Bayés 1985)
De este modo la salud y la enfermedad están  inscritas en la cultura del hombre, en sus relaciones sociales, calidad de vida, manejo del poder, la competencia, etc. como fuentes potenciales de estrés en la vida cotidiana. El Dr. Dean Ornish (1992), del instituto de investigación en Medicina Preventiva de la Universidad de California, San Francisco, ha demostrado con sus estudios que es posible revertir la enfermedad cardíaca coronaria sin drogas o cirugía, basado en el cambio de hábitos de vida, consistente en dejar de fumar, mejor manejo del estrés, enriquecimiento de las relaciones afectivas con su inclusión en grupos de apoyo, afianzamiento de su vida interior mediante la técnica de visualización, caminar, llevar una dieta saludable, libre de productos tóxicos, como colorantes artificiales, preservantes, saboreadores, etc. Con este mismo enfoque, los Doctores Carl Simonton (1993) y David Speagel (1989) han logrado mejorar la calidad de vida y el tiempo de sobrevida de personas con cáncer. Es decir abrir espacios humanizados para que la salud se exprese.
Hoy día es innegable la relación entre las enfermedades del cuerpo y los sufrimientos expresados por la psique, existen desarrollos teóricos basados en evidencias de orden clínico, como el enfoque antropológico y la aproximación psicosomática, ambos desarrollados a partir de los años cuarenta hasta las evidencias experimentales en la década de los 70, en el campo de la ciencia, que subrayaron la íntima relación psique-soma en el hombre,  tales como el descubrimiento del  Psicólogo Robert Ader y el Inmunólogo Nicolás Cohen, en los años 70, del condicionamiento del sistema inmunológico, considerado autónomo hasta ese momento, lo que abrió la posibilidad de poder influir con técnicas psicológicas ese sistema, para potenciarlo y que realice su acción  más eficientemente contra virus, hongos, bacterias y células tumorales o para inhibirlo en el caso de enfermedades autoinmunes o trasplantes de órganos para evitar el rechazo. El Psiquiatra J.Solomon y el inmunólogo Amkraut, pusieron en evidencia la disminución significativa del sistema inmunológico, con la destrucción del hipotálamo, de la misma forma demostraron el aumento de tumores implantados en animales de experimentación cuando estos eran sometidos a altos niveles de estrés. Estos estudios están en concordancia con los realizados por la Psicóloga M. Kemeny con actores, con quienes pudo demostrar la influencia de estados emocionales agudos sobre su sistema de defensa, especialmente de las células Naturales Asesinas (NK) . En esta misma línea la Bióloga Molecular Candace Pert, descubrió el receptor de opiaceos y muchos otros receptores péptidos en el cerebro y el sistema defensivo. Junto al descubrimiento por parte del médico D. Falten de terminaciones nerviosas en el bazo y en otros órganos linfáticos, lo que ha hecho posible los postulados de la psiconeuroinmunología. Es decir la interacción entre el sistema nervioso central, el sistema endocrino, el ámbito psicológico y el sistema inmune, en un permanente intercambio de información para que se verifique cualquier respuesta de defensa ante virus, hongos o bacterias que intenten agredirnos desde fuera  o para destruir cualquier célula atípica que se haya formado dentro de nuestro propio cuerpo.
A partir de esta época se ha acumulado un gran volumen de investigaciones que demuestran la interacción entre estos sistemas y situaciones vitales humanas que se traducen en una amplia gama de componentes bioquímicos y celulares del sistema inmunológico que pueden ser alterados por situaciones vivenciales de las personas en la gestión de sus vidas, en el libre juego con sus emociones o como se denomina técnicamente; eventos estresantes y la forma de afrontarlos, ya que implican un aumento en las demandas al individuo y frecuentemente conducen a estados emocionales disfóricos, estos estresores van desde:  duelo, por la pérdida de los vínculos afectivos, en donde hay una menor actividad de las células Natural Killers (NK) (Irwin, M. y col, 1987); el divorcio, principalmente en las mujeres, se ha observado un grado mayor de inhibición de la respuesta inmunológica, incluyendo caídas en niveles de NK (Kiecolt-Glaser y col, 1985, 1988), depresión y ansiedad crónicas, en donde se ha señalado el efecto inmunosupresor de estas situaciones (Jammer Schwartz y Leight 1988), también han reportado menor cantidad de monocitos y mayor cantidad de eosinófilos, (Jemmont y col, 1990) reportan una menor actividad de las NK. En el desempleo se ha reportado débil proliferación de linfocitos en respuesta a antígenos (Arnetz y col, 1987). En todas esas condiciones las personas cursaban con alteración de su respuesta inmune. Así mismo, se ha demostrado que el apoyo psicosocial puede producir cambios positivos tanto a nivel psicológico, como cambios favorables en la respuesta inmunológica (Rook, 1987;  Hobfoll y Walfish, 1984;  Joy y Fukada, 1997; Llabre y Hadi, 1997).
Nuestra experiencia con niños con asma de la Isla de Coche (Castés y col, 1999) nos ha mostrado que cuando se incluye un programa de intervención psicosocial en el tratamiento, se produce una disminución significativa del número de crisis, el consumo de medicamentos y un cambio de la respuesta inmune causante del asma, que los convierte desde el punto de vista de esta respuesta en niños no asmáticos.
Las evidencias clínicas y experimentales demuestran la relación íntima entre todos nuestros sistemas y parecen apoyar la visión de un hombre que actúa como una totalidad compleja y no como un simple agregado de partes. La enfermedad surge como consecuencia del aumento de la susceptibilidad por disminución de la vigilancia inmunológica por la acción de sus modificadores sistémicos. El descubrimiento constituye uno de los ejemplos más recientes de las evidencias científicas que ponen de manifiesto que la enfermedad no es “un sin sentido”, un accidente fortuito que irrumpe en la vida de la persona, sino que implica la participación del ser humano social como totalidad compleja en su proceso de salud o de enfermedad y plantea nuevamente la participación individual y colectiva para la autodeterminación de la vida y la enfermedad, vista como un hecho con un profundo significado existencial. Esta disciplina ha generado un replanteamiento de temas de vital importancia para el discurso contemporáneo sobre la enfermedad y abre una brecha importante para la construcción de un discurso más integral sobre la salud, legitimado desde el mundo de la ciencia oficial.
Pero como hemos visto, a lo largo de la historia, el enunciado de esta interacción compleja o la constitución de equipos multidisciplinarios no aseguran el desarrollo  de una visión integral de la persona, por el contrario, la lectura de estas evidencias puede ser hecha desde dos líneas de pensamiento paralelas. Una de ellas se centra en la reducción de lo psíquico a un conjunto de neurotransmisores mensurables vistos como determinantes de nuestro comportamiento más complejo, en consecuencia, la solución a la insatisfacción, la infelicidad o el desamor sería la conveniente manipulación de ciertos neurotransmisores utilizando medios físicos o químicos como el uso del protóxido de ázoe, un gas hilarante utilizado como medio para provocar la risa de las personas en tratamiento que crearán una sensación de  seudobienestar, es decir una suerte de alegría vacua, parecida a la felicidad de los autómatas de relojería. En consecuencia, para esta visión hablar de salud  en términos teóricos es referida a una categoría compleja, pero en términos concretos, operativos, se reduce a la ausencia de enfermedad, es circunscribirla estrictamente al ámbito individual, al espacio clínico hospitalario, al cuidado del cuerpo que padece, centrado en el estudio y combate de la patología, es decir a su diagnóstico, pronóstico, terapéutica y prevención tal como ha sido considerada tradicionalmente por la medicina curativa, con un marco de referencia biomédico, reduccionista, anatomoclínico, es decir, vista como ciencia natural. La terapéutica administrada por el clínico consiste en una función de suma importancia al restaurar la salud al desaparecer la enfermedad, en consecuencia, ambas categorías son vistas como un par de opuestos.. 
La segunda línea de pensamiento se apoya en la emergencia de un nuevo paradigma integrador en el campo de la epistemología para referimos a la salud desde un punto de vista más global, con el  objeto de superar la visión dualista del hombre, desde una mirada que permita un acercamiento en positivo, analizada  desde su propia realidad sustantiva, y no simplemente como la visión en espejo de la enfermedad. Su tarea consiste básicamente en iniciar un movimiento para que la salud se exprese mediante el aseguramiento de las condiciones internas y externas que permiten o facilitan su expresión a cada persona del colectivo, esta categoría puede estar presente aún en presencia de la enfermedad ya que son categorías independientes.
En consecuencia, consideramos que la salud es ...”esa tendencia a la armonización biopsicológica, supone fuerzas, potencialidades, capacidades vitales humanas, expresiones de la dinámica biológica de ese sujeto, de su estructura y dinámica psíquica, que se han ido construyendo en su proceso muy concreto de historia vital, desde la misma concepción. Historia vital que es esencialmente social, por cuanto se construye en el compartir con los otros en una multiplicidad de relaciones, la satisfacción de las necesidades, el trabajo, la comprensión, de la sociedad y de sí mismo”... (Pacheco. E, 1996)  Este discurso de salud rebasa los objetivos de cualquier ciencia, para convertirse en un hecho esencialmente colectivo y participativo tanto de profesionales de diferentes disciplinas como de no profesionales en la construcción de espacios humanizados que permitan que la salud aflore, que faciliten su expresión.
Estos descubrimientos parecen estimular también la creación de una nueva conciencia o una racionalidad más integradora. No obstante el afianzamiento del modelo médico del capitalismo, apoyada en un enfoque reduccionista, se resiste a cambiar su mirada restringida a la ausencia de enfermedad como mercancía, que le ha permitido el desarrollo de una industria tecnomédica altamente sofisticada y un mercado farmacológico cada vez más poderoso que moviliza millones de dólares anuales en el gran negocio de la enfermedad disfrazada de salud. Adicionalmente las ingentes inversiones en una ciencia y tecnología no socializada, dirigida a producir conocimientos con fines económicos eternizan la visión mecano-positivista, y su objeto de estudio , la enfermedad, pilar fundamental del mercado global de la curación. Ya que el refuerzo de la prevención o condicionamiento de los espacios colectivos para la expresión de la salud " no es negocio" Esta racionalidad tecno-mercantil de generación de capitales  por medio de la enfermedad  ha distorsionado la producción de medicamentos por la sed de lucro, hasta el punto que...” La O.M.S. ha señalado que con sólo 250 productos esenciales se podría atender la gran mayoría de los problemas médico-sanitarios de cualquier país”... (sin embargo hay más de 50 mil marcas en el mercado) “... (Bracho F. 1992).  El exagerado énfasis en lo patológico y el descuido de la prevención como quehacer humano ha propiciado que los trabajadores de la salud sean en realidad profesionales  de la enfermedad, su aproximación a la prevención se traduce en el diagnóstico precoz, en neutralizar los factores etiológicos particulares pero poco se sabe sobre la potenciación de las cualidades humanas, la calidad de vida, la política, la economía, las relaciones sociales, la felicidad, la dignidad, el amor como fuerza transformadora y humanizadora, exquisita expresión de la salud.
La salud como condición humano-social disfruta entonces de las otras cualidades humanas, es eminentemente dinámica, armónica y contradictoria, adaptativa y subversiva en el sentido de cambiar un orden establecido por otro, que a su vez está sujeto a ser sustituido en forma continua, está en proceso permanente. Nos estamos refiriendo a una condición humana social y hacemos énfasis en ella como un derecho, como condición inalienable e inherente al ser humano, ya que todos nacemos libres, iguales en dignidad y derechos, dotados de razón, conciencia, potencialidades, nos desenvolvemos en una realidad social de cuya influencia no escapa su biología y aspiraciones, por lo que deben comportarse u organizarse fraternalmente, y de una forma solidaria para el logro de la actualización de las potencialidades del hombre y la mujer, cuando hablamos de la salud como un derecho humano, nos estamos refiriendo a todas aquellas potencialidades, capacidades, fuerzas, que pueden expresarse cuando se asegura el ejercicio de ese derecho, todo ello sobre la base del derecho a la vida, la libertad, la seguridad personal, la privacidad, la dignidad, a la libertad de religión, a la libre expresión del pensamiento, la exteriorización de su emocionalidad, a relacionarse y expresar su sentido gregario, al derecho de la persona para el disfrute del tiempo libre y de un trabajo que le permita vivir con dignidad.
En este sentido no podemos hablar de profesionales dispensadores de salud ya que esta es una cualidad humana que la porta cada persona, en consecuencia un plan de salud, por definición es una tarea esencialmente colectiva, de las personas, que pueden ser profesionales o no y que son únicamente promotores de salud, es decir, su tarea consiste básicamente en iniciar un movimiento para que la salud se exprese procurando su prosecución mediante el aseguramiento de las condiciones que permiten o facilitan su expresión en cada persona del colectivo. 
La delimitación del concepto de salud y la exploración de sus expresiones nos permitirá optimizar las condiciones para facilitar o apoyar la libre actualización de todas aquellas actividades humanas en donde están implícitas nuestras tendencias, potencialidades, capacidades, afectos, fantasías, aspiraciones, realizaciones, etc. Usualmente cuando se propone el diseño de una acción que facilite las expresiones de la salud, en realidad se plantea solamente la prevención, curación, o desaparición de la enfermedad. Entonces se entorpece el curso normal de la vida, del discurrir humano de los momentos, y medicalizamos la existencia desempeñándonos únicamente en función de la enfermedad, de los descubrimientos etiológicos o preventivos del mayor número de enfermedades que conozcamos, para ponerlos en práctica y de esta manera “curarnos en salud” atrapándonos en un falso dilema “si no estamos enfermos estamos sanos” definiendo implícitamente a la salud simplemente como la antítesis de la enfermedad, olvidándonos de conectarnos con el sentido real del término en positivo, es decir desde la salud y no como opuesta a otra categoría. En estos momentos que hemos logrado una definición en positivo de la salud necesitamos identificar las diversas expresiones que ella tiene y la forma como podemos cultivarlas, apoyarlas o defenderlas en el caso de ser necesario, ya que la defensa de esas condiciones forman parte de nuestra supervivencia como personas y como colectivo.
No obstante la psiconeuroinmunología ha aportado los elementos básicos que permiten transformar la asistencia médica y apoya la inclusión de dimensiones humanas, emotivas, subjetivas, cognitivas, en el proceso de ayuda, que dentro de esta visión no se reduce sólo a mensurar lo más finamente posible la patología para reducirla, sino que tiene como objetivo la atención a la persona enferma, Al tener el papel protagónico la persona que porta la enfermedad, se pueden incluir en este encuentro humano todas sus capacidades, tendencias, habilidades y colocarlo al servicio de la disminución de la enfermedad. Nos enfrentamos ante el reto de poder rescatar a la persona y sus realizaciones en todos sus espacios de expresión, sin prescindir del tubo de ensayo,  que nos pone en contacto con unidades de análisis a un nivel molecular, pero distinguiendo que un alto nivel  de adrenalina o cualquier neurotransmisor en sangre nunca será equivalente a la profunda conmoción que experimenta una madre ante la muerte de un hijo. 
El amor que quedó desterrado del campo de la medicina, desde los tiempos de Claude Bernald, es descubierto ahora como fuerza terapeutica equiparable a cualquier otro recurso técnico, el Dr. Dean Ornish, cirujano cardiovascular del instituto de investigación en Medicina Preventiva de la Universidad de California, San Francisco quien publicó “Amar y Sobrevivir” (1999) un libro dedicado al amor como elemento esencial para la estabilidad y el desarrollo humano, lo afirma de este modo..." Nuestra superviviencia depende del poder curativo del amor, la intimidad y las relaciones"... Igualmente Bernard Siegel, pediatra y cirujano, norteamericano, quien publicó un libro titulado "Amor Medicina Milagrosa" (1998),  en el que afirma ..." Estimo que toda enfermedad guarda en última instancia, relación con una falta de amor, o con un amor solamente condicional, pues la debilitación y la depresión del sistema inmunológico así producidas conducen a la vulnerabilidad física. Y estimo además que toda curación está relacionada con la aptitud para dar y aceptar amor incondicional"... Siegel, B (1998).
A primera vista este discurso puede parecer utópico, pero ya en diferentes lugares del mundo se han iniciado aproximaciones operativas todavía muy ligadas a ver la salud como reducción de la enfermedad dirigidas a personas con enfermedades, pero de gran valor como proceso inicial de un camino que se apoya en la actualización de las potencialidades humanas como vía para la sanación; como el Cancer Help Centre, de Bristol Inglaterra fundado por la Dra. Rosy Thomson, para brindar tratamiento holístico a las personas con cáncer, el Simonton Cancer Center; el Instituto Barthe Psicosomática y Psicología Clínica fundado en Barcelona España por la psicóloga Emma Barthe para dar apoyo psicosocial a personas con cáncer, el Instituto Mente Cuerpo de de la facultad de Medicina de Harvard, donde ha desarrollado gran número de sus investigaciones el Dr. Herbert Benson; el Centro de Medicina integradora fundado en la Universidad de California, San Francisco por el Dr. Dean Ornish, dirigido a la prevención y asistencia a personas con trastornos cardiovasculares; la Wellness Community, fundada por Harold Benjamín en 1982 en California y en la actualidad cuenta con más de 18 centros en los Estados Unidos, trabaja estrechamente con más de 300 médicos oncólogos y en 1995 atendía más de 3.500 personas semanales, y en nuestro medio, el Programa de Apoyo Psicosocial para Personas con Cáncer y Enfermedades Autoinmunes, auspiciado por Fundasinein en donde le brindamos apoyo psicosocial a las personas con cáncer y enfermedades relacionadas con el sistema inmunológico.
Con la psiconeuroinmunología como enfoque hemos avanzado en legitimar desde la biomedicina una acción que tienda a humanizar la atención a la persona enferma, en especial la atención médica. Queda un camino por recorrer ya no como una disciplina de ayuda sino como disciplina que genera conocimiento y es que propiciemos sobre esta base, un movimiento unidos con otros profesionales y las colectividades con el fin de construir y materializar un discurso sustantivo de salud que podría iniciarse con el rescate de sus expresiones como las realizaciones cotidianas del hombre, su condición intrínsecamente social, su mundo interno, poblado de subjetividad, fantasía, sueños, creencias, su capacidad amatoria. Nuestro reto consiste en la utilización de unidades de análisis que hagan posible la relación con información de otros espacios de la persona, que sean lo más validos y fiables posibles, sin renunciar a la teorización en el campo de la salud, que no es privativo de la psiconeuroinmunología pero se debe asumir como un compromiso transformador al que debe responder cualquier profesional encargado de la generación de conocimientos.
La Psiconeuroinmunología representa un punto de apoyo importante para la construcción de nuevas vías para el acercamiento a la salud y la enfermedad con una visión más humanista o más mecanicista, dependerá de nuestra postura ontológica y epistemológica en el modo de hacer ciencia lo que nos aproximará a los sujetos o a los objetos de conocimiento.
REFERENCIAS
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