Pablo Canelones
En las primeras etapas del
proceso civilizatorio, los fenómenos naturales como: la enfermedad, la fertilidad
y la muerte, eran realidades misteriosas. Las explicaciones y recursos
terapéuticos eran basados en especulaciones sobrenaturales y religiosas. Los
actores legítimos del proceso de curación han sido los curanderos, chamanes, sacerdotes
y posteriormente los médicos. La secularización de la actividad médica ha sido
un proceso difícil, lento y sostenido. Aunque en la actualidad se ha sustituido
la mayor parte de la nomenclatura en función de las ciencias básicas, todavía
persisten algunos términos con una significación cultural diferente al aspecto
técnico que denota.
Uno de esos términos es el
adjetivo maligno. La palabra maligno de acuerdo al diccionario de la RAE, es un
adjetivo que proviene del latín malignus, que significa propenso a pensar u
obrar mal. De índole perniciosa. En medicina dicho de una lesión o una
enfermedad, y especialmente de un tumor canceroso: Que evoluciona de un modo
desfavorable. En su cuarta acepción se refiere al diablo (príncipe de los
ángeles rebelados) El maligno.
Desde la Edad Media, la cultura
occidental judeocristiana partía de una serie de supuestos fundamentales con relación a la enfermedad: se
consideró producto del pecado, se relacionaba con el mal, y conducía
potencialmente a la muerte, que era el pago del pecado. Todas las enfermedades
eran malignas porque procedían de las fuentes del demonio a través del pecado. La
salud, como todo lo bueno, provenía de Dios y era un estado de gracia o
salvación. Quienes trabajaban con enfermos debían lidiar con las alteraciones
corporales y el enfrentamiento entre: el bien y el mal, lo benigno y lo
maligno, la gracia y la desgracia, la condenación o la salvación. Estos
supuestos se impusieron incluso con la fuerza de las leyes y las armas. Y se
encuentra vigente todavía, con más o menos fuerza, en el imaginario colectivo.
En el siglo XVII el médico,
químico y filósofo naturalista Joahn Baptist van Helmont, en su obra “Ortus
Medicinae” hablaba del origen de las enfermedades y la atribuía a invisibles
orígenes de malignidad llamados por una idea morbosa, que se fijaban al
“espíritu vital” como semillas. La curación representaba la expulsión de la
idea morbosa y la purificación del espíritu vital. Introdujo las medicinas
químicas y decía que actuaban en forma efectiva sobre el espíritu vital central,
residente en el estómago. La explicación era muy aceptable para la época, pero
el uso de la terapéutica química motivó su enjuiciamiento por el Tribunal de la
Inquisición española de Holanda, por considerar que corrompía la Naturaleza con
el uso de la química, contentiva de fuerzas magnéticas y diabólicas.
El médico y anatomista inglés
Thomas Willis publicó en 1664 su obra fundamental descriptiva de la anatomía
cerebral, con la que superó la visión que existía hasta el momento y fue
considerado hasta el siglo XIX como clásico de la medicina y hasta nuestros
días vigentes la descripción de los seis primeros pares craneales, así como una
estructura que lleva su nombre. No obstante en su obra hablaba de categorías
como los espíritus vitales y decía que se formaban en la materia gris del cerebro
a partir de la sangre y pasaban a la materia blanca de donde eran enviados
hacia los distintos conductos nerviosos.
Con el auge del experimentalismo
en el siglo XVIII y los acontecimientos sociopolíticos en Europa y América, se
dio un impulso a la medicina como disciplina experimental que permitió superar
las explicaciones metafísicas. La enfermedad empezó a ser considerada un
problema del cuerpo, explicado desde la fisiología y la fisiopatología. Sin
embargo en la actualidad, aún con todo el desarrollo técnico y científico del
campo de la medicina, se ha mantenido el término maligno. La malignidad en la
medicina actual no hace alusión directa a lo demoníaco, sino a las enfermedades
con procesos biológicos difíciles de revertir o que pone en riesgo la vida, como
por ejemplo: la hipertermia maligna, el síndrome neuroléptico maligno, el
síndrome maligno de la arteria cerebral media y el tumor maligno.
Igualmente en el caso del cáncer
se hacen afirmaciones metafóricas que le atribuyen a las células atípicas la
facultad de pensar, y de tener una intencionalidad negativa para el cuerpo. El
adjetivo de agresivas, para referirse a ciertas células de algunos tumores cancerosos,
hace referencia a esta cualidad emparentada subjetivamente con una visión metafísica
y animista ya superada.
En la actualidad en el campo de la oncología, se define al cáncer técnicamente,
como un término genérico para designar a un grupo de más de 200 enfermedades
distintas, cada una de ellas con etiología múltiple, caracterizadas por
hiperplasia, neoplasia y heterotipia, de comienzo unicéntrico o multicéntrico
órgano-focal, con capacidad infiltrativa y metastatizante, que produce una
sintomatología variable según la localización de la proliferación primitiva y
de las metástasis y tiene una evolución variable en función del conjunto de
características clínicas e histológicas del proceso neoplasico, de la persona y
su entorno físico y social.
El diagnóstico de cáncer es un evento altamente estresante para la
mayoría de las personas, por el conjunto de representaciones sociales negativas
que se ha hecho de la enfermedad. Su carga perniciosa, está presente desde el
origen del nombre que deriva de griego cangrejo, por la apariencia externa de
los tumores infiltrantes, que asemejan al cuerpo y las patas del animal, pero
también por el simbolismo del cangrejo, que los griegos relacionaban con el
maligno. El simbolismo cristiano identifica el maligno con el demonio, de allí
que los tumores, las células y la enfermedad lleven ese adjetivo.
El punto de partida de la psicoterapia, puede ser el consultorio del
médico que comunica el diagnóstico, mediante una adecuada relación
médico-paciente. Sobre la base de una escucha activa, puede evaluar tanto la
cantidad como la calidad de la información a ser suministrada, en función de
las necesidades y el diagnóstico específico de la persona que atiende. Es
recomendable chequear que se ha entendido la información y que no hay, lagunas
o distorsiones de lo comunicado. Recordemos que las distorsiones y la ausencia
de información son un carburante para la generación de fantasías con relación a
su enfermedad. Para el logro de este objetivo sería deseable hacer énfasis en
la comunicación del diagnóstico incluyendo tres líneas centrales, dirigidas a
la prevención psicológica primaria.
1.-Sustituir el uso de la expresión “tumor de células malignas” por
“tumor de células atípicas”, disminuiría la carga simbólica negativa.
Igualmente mejoraría buena parte del impacto emocional, que genera, alta
sensación de vulnerabilidad, miedo, ansiedad y depresión, en la persona con el
diagnóstico y a su entorno.
2.-Sustituir el uso de “células muy agresivas o poco agresivas” por
células de división, crecimiento o movilidad rápida o lenta. Esta denominación
o cualquier otra de carácter más descriptivo, elimina la idea persecutoria de
una enfermedad con “voluntad o intención de dañar”.
3.-Descontaminar la idea del diagnostico de cáncer como una categoría
global como “usted tiene cáncer” a “usted tiene un tumor canceroso” y dar la
localización, metástasis etc. Con el fin de eliminar la idea errónea de estar
tomado por el diagnóstico, es decir de estar complemente enfermo. Esta sensación
puede generar la limitación del desempeño de la rutina diaria e incluso la
adherencia al tratamiento.
Más allá del consultorio, se debe continuar promoviendo desde las
instituciones oficiales y no gubernamentales programas para sensibilizar a la
población, especialmente a los líderes políticos, deportivos, empresariales,
etc. para limitar el uso del diagnóstico de cáncer para referirse a situaciones
no médicas como representación de fenómenos que encierran: maldad, corrosión,
deterioro o aniquilación, en expresiones infelices como por ejemplo “la
corrupción administrativa es un cáncer”, “la inflación es un cáncer que termina
con el salario de los ciudadanos”. Estas afirmaciones no solo enfatizan mitos y
actitudes sobre el cáncer, sino que lesionan la sensibilidad de las personas
con el diagnóstico.
Recordemos que el desarrollo de una enfermedad no es sólo un problema
técnico, profesional, teórico o de investigación. Se trata principalmente de
una experiencia esencialmente humana, que posee cualidades profundamente
conmovedoras, en el sentido de impactar y movilizar la sensibilidad emocional
de la persona y sus seres queridos. Especialmente cuando se trata de una
enfermedad como el cáncer que puede poner en riesgo la continuidad de la vida.
En este sentido es vital la protección emocional de las personas y
descontaminarla de los mitos y creencias negativas que pueden inducir altos
niveles de sufrimiento sin base real.
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